Me encerré en su mirada como quien encuentra su hogar donde nunca buscó nada. Entre sus brazos mi cobijo, y su voz la que me abre la puerta.
Soñando de más, siempre esperando a que se quedase más de la cuenta, sin pedírselo, sin la necesidad de mirarle a los ojos, con una caricia en los labios.
Dedicándole los versos rotos que arden en la yema de mis dedos, abrasando mi alma a una velocidad inimaginable. Y a pesar de las cenizas, permanece escuchándola aunque le recite hasta las tantas.
Quiero descubrir el enigma que esconde su piel, el misterio de sus ojos, y el por qué de su puño cerrado.
Quiero saber si existe la vida antes de la muerte a su lado. Porque sin él, como el proverbio chino, un día se siente como tres otoños.
No preguntes por qué escribo, pregunta que siento al hacerlo. Y te responderé: «Tranquilidad, aire, cielo y nubes. Frío y calor. Libertad, y el agua de mar que roza mi cara. Palabras...».
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