viernes, 8 de septiembre de 2017

Crimen perfecto

Se despertó cinco minutos antes de que el despertador marcase las ocho en punto. De un movimiento imprevisto, detuvo la canción que había determinado particularmente sin darle siquiera la oportunidad de comenzar.

Se incorporó y apoyó los pies descalzos en el gélido pavimento, dejando que el escalofrío habitual recorriera sus piernas hasta la cintura sin detenerse, con mesura. Jadeó en un sutil suspiro y echó un rápido vistazo en dirección al lateral derecho de la cama, abalanzándose después sobre las sábanas azul cielo aún sin deshacer.

—Espero que hayas dormido bien, cariño. 

La brisa que acarició con suavidad su mejilla contagió a la curva de su sonrisa, que aumentó con una velocidad vertiginosa. 

Acto seguido, se estiró y alcanzó un cigarrillo de la caja que guardaba en el doble fondo de la mesita de noche. Avanzó hacia la ventana instintivamente cogiendo el mechero que descansaba en el marco de la cristalera y encendiéndolo segundos más tarde, inhaló con indiferencia una bocanada del aire fresco que provenía de la calle y cerró la abertura.

—Perdona, es que tengo un poco de frío. ¿Tú no?

Sacó su usual uniforme del armario y tras haberse vestido casi de manera automática, caminó hasta la puerta de la habitación para, a continuación, cruzar el pasillo y bajar las escaleras que daban al salón de la vivienda. Se dirigió al baño de invitados a paso ligero y con la barra de labios que alguna vez fue su preferida, delineó su boca de rojo escarlata. Dejó restos del pintalabios en el espejo antes de salir, desabotonando también los primeros botones de su camisa y acomodando varios mechones de su cabello sobre sus hombros.

Se acercó a la cocina dando una calada a su cigarro y aproximándose al fregadero divisó el martillo sobre la encimera. Negó con la cabeza de forma ocurrente y lo aseguró violentamente en el segundo compartimiento de la despensa. Apenas rozó el cuchillo cuando enjuagó los cubiertos y los dejó secar en el escurridor.

Por último, recorrió la estancia hasta encontrarse frente al gran congelador independiente de su marido y alzó la cubierta, esbozando una sonrisa cómplice hacia el ocupado interior.

—Hasta luego, mi vida. Hace un día maravilloso, pero es una pena que no vayas a poder disfrutarlo. 

Descendió sus párpados minuciosamente con ayuda de la yema de sus dedos hasta que tuviera los ojos íntegramente cerrados y dejó caer bruscamente la tapa, sacudiéndose las manos contra la tela que colgaba de un costado del frigorífico, recogiendo posteriormente el bolso que reposaba sobre el apoyabrazos de la silla.

Y, observando una vez más cómo las cortinas se movían al son de su despedida, abandonó su hogar sin obtener respuesta alguna.

Tiempo

Debes dedicar más tiempo a tu interior. Pensar, que de no ser porque existes, no estarías preguntándote si tu existencia ocurre en vano al c...