Nunca
he tenido miedo a la oscuridad, pero sí a lo que puede encontrarse en su
interior.
Cuando eres lo suficientemente mayor como para que
tus padres echen un vistazo debajo de tu cama y tienes que darte por vencido,
descubres que todo está en tu
imaginación y que lo único que has estado haciendo es huir contigo de ti.
Hace un par de años que he tenido el placer de
descubrirlo, pero no habría podido conseguirlo sin su voz.
Cada vez que apago la luz y cierro los ojos,
intento escucharle. Aunque esté en
silencio y solo sea mi respiración la protagonista: porque es el rayo de luz que buscas en un túnel sin salida.
Es la risa en la que no puedes dejar de pensar
porque resuena en tu cabeza como tu canción favorita. Es la sonrisa que está
ahí para ti incluso cuando no puedes sentirla. Son los lunares tus
constelaciones preferidas. Es el océano que tiene por ojos, en los que te
zambullirías.
Es humano y también un mundo. Es el abrazo
infinito en el que esperas que te reciba. Es una estrella que no necesita
oscuridad para brillar. Es un corazón que espero ver siempre latiendo. Es
inmenso y también vulnerable.
Es
mi color favorito.
Azul.
No importa el tono, ni la intensidad. Es azul y
eso le hace mágico.
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